En las Ilusiones
Introducción
La verdad, mi querido lector, me encuentro ante ti en éste instante en el que piensas 'y ahora ¿cómo querrá verme la cara este tipo?'; como un portavoz que dedicó lágrimas y varios callos en sus dedos para poder traer ante ti, este primer volumen de cuentos cortos. Cuentos que hablan sobre mí, sobre el mundo, sobre sus principios y finales, pero, más que nada, sobre ti.
Esta engañosa introducción realmente no te dice nada, cuenta te habrás dado ya, pero años he tardado en escribir, en pulirme y esperar que todas las personas involucradas en éste volumen, se sientan dignificadas pero, más importante, inmortales (aunque sea) sólo durante un segundo, un instante.
En este momento, te doy una grata bienvenida a:
En las ilusiones: Cuentos cortos y divagaciones, Vol. 1
Y, recuerda: Demonios se revelan en todos los caminos y de todas las formas. Ten cuidado cuando viajes solo alguna noche, nunca sabes a quién te podrías encontrar, o qué...
Así que esto es lo que se siente
Húbose una vez, hace no mucho tiempo, en que yo…, sí, yo; me enamoré. Siendo yo un hombre, me enamoré de otro hombre, por mucho a que no todos estén de acuerdo con eso, así fue…
Lo que esta historia cuenta, no se concentra en cómo inició, ya que fue un comienzo normal, típico; un día te encuentras escribiendo frente a tu computadora, ubicado a un costado de una ventana mientras tu cigarrillo se consume lentamente, tanto en tus pulmones, como dentro del cenicero, y la camarera te pregunta si deseas más café; y al otro día, llega un tonto a preguntarte si le prestarías tu encendedor. Claro, él tiene bellos ojos negros como el plumaje de un cuervo, y una sonrisa muy peculiar. Lo que cuenta ésta singular historia, es cómo continuó y, creo que desafortunadamente, acabó.
********
Me costó un tiempo (que, considero yo, no fue sido demasiado) poder sobrellevar el asunto de que él no soportaba estar lejos de mí. Un chico que se enloqueció un tanto, y de su inteligencia, húbose considerado más sobre cuál fue el precio a pagar. Pero heme aquí, escribiendo acerca de eso…
Como habrás notado, me dedico al arte de la escritura, he escrito varios libros y muchas historias cortas. Pero nada como aquel insufrible amor para entender por qué a veces es mejor estar alejado de, no algunas, sino de muchas personas.
Comenzó aquel día, en la misma mesa de la cafetería donde solía pasar mis tardes escribiendo tonterías. Algunas que venderían millones, otras que serían posteriormente películas que la crítica destrozaría; pero, al final, de tonterías se trataban mis palabras. ¿Qué comenzó? Bueno… —pues como llamarían muchos escritores de baja categoría que con un simple oxímoron ya creen haber hallado el hilo negro en la historia de la literatura contemporánea—, el principio del fin.
—Tú no sabes lo que necesito, nunca me has escuchado ni defendido. —dijo él un día, cuando la discusión que él mismo había empezado, estaba por colmarme los cojones.
—Claro que te escucho —le respondí con una indiferencia que sencillamente se pudo hacer pasar sin pena ni gloria como: crueldad. Pero así de mucho me importaba lo que creería de mí posteriormente, cuando continué hablando—. Pero sabes que no puedo defender lo que no creo.
El chico de ojos negros me fulminó con la mirada en ese momento, y, por fulminó, me refiero a que la ira de Lucifer podría quedarse un poco corta. Sin embargo, estamos hablando de un chico de ojos negros, tonto como una piedra y con una lengua tan filosa como un jabón.
—Lo sabía… —susurró con azoramiento—, nunca creíste lo que sucedió esa noche…
—No…, nunca te he creído, traté de darte mi apoyo pero nunca lo quisiste. —respondí con esa misma indiferencia disfrazada de crueldad. Desgraciadamente, yo sí podía presumir de poseer una labia caudalosa como la marea nocturna en medio del Pacífico. Una lengua traicionera y, por obvias razones, escurridiza y engañosa. Un don del cual no estaba del todo orgulloso, porque así como tenía la habilidad de herir de gravedad cualquier corazón que se me atravesase en mi camino, carecía de la capacidad para tener lo que comúnmente se conoce como un filtro.
Papas y patatas, amigos. La balanza de alguna manera tiene que funcionar.
De cualquier manera, él seguía alegando; apelando por su credibilidad:
—No me apoyabas; me retabas para que te probara lo que te había contado. —insinuó con un deje de resentimiento, como si en ese momento estuviera reviviendo aquella otra discusión tiempo atrás.
—Si así quieres verlo, entonces sí. Te estaba retando —espeté severamente—. Y mientras más te esfuerzas porque te creamos, más inverosímil es tu historia. Para el caso, ya te he dicho que no quiero seguir discutiendo sobre ese tema, sabes que no llegaremos a ningún lado.
A través de sus ojos podía apreciar a uno de los dragones del infierno saludarme amistosamente; su furia en verdad estaba alcanzando niveles absurdos y, sin embargo —irónicamente—, parecía sentirse insultado.
—¿Creamos? —preguntó— ¿Hay más de uno?… Vaya…, de las cosas que se viene a enterar uno…
Cuando dijo eso…, supe que había metido la pata, pero tenía que saberlo en algún momento. Cada vez que contaba la historia frente a todos, y me reclamaba sobre el hecho de que no le creía, estaba quedando como un completo idiota. Debía saber lo tonto que lo consideraban aquellas personas que, así como yo, sabían que sólo quería acostarse con alguien más.
Así que mi respuesta fue directa y, debo admitir…, no medí las consecuencias…
—Nadie te cree…
Su reacción fue inaudita, pero previsible. Si había ocurrido o no lo que sucedió esa noche, su mirada y sus ojos alagados mostraron algo real… y sentí cómo recorría mi corazón, escudriñando y rasgando con dolo. Observé aquél filo de su piel cortarme en pequeñas rodajas…
Vaya que sus sentimientos en ese momento fueron muy reales; y sólo hasta ese instante, no pude observar a través de esos dragones, esos infiernos y sus diablos. Los infiernos reales por los que estaba cruzando con pena, los diablos que se burlaban de él como una hiena con el hocico ensangrentado y con restos de su presa atorados en sus colmillos. Oh, sí, aquella mirada sí me golpeó duro, no en los cojones o en el orgullo, sino en mi corazón.
Posiblemente, él sí ha sido abusado, pensé en ese instante. Pero así no me detuve con los aguijonazos que siempre serían más fuertes y venenosos que cualquier cosa que él tuviera la capacidad de decirme.
Sí, amigo mío, uno de aquellos diablos burlones y carroñeros…, era yo.
—Nadie me cree, nunca confiaste en mí, me creen un mentiroso…, con eso tengo. —dijo él.
Torcí mis labios, interpretando un gesto que decía: Oh, lo siento, pero, ¿de verdad pensaste que alguien creería semejante estupidez?
—Yo no lo veo como que seas un mentiroso… Creo que lo que quieres es atención —concluí—. Tal como lo estás haciendo ahora con esta pelea.
—Claro, al parecer tú sabes lo que quiero antes de que yo lo sepa.
—Exacto —dije con la severidad antes usada. Quería ser cruel en ese momento, pero nunca he llegado a saber por qué—. Tú lo que quieres es, que al decirme las cosas, te tenga compasión, lástima; y también sólo quieres que diga lo que quieres escuchar…
—¡Basta! —exclamó— Ya tuve suficiente de esta discusión. ¡Basta! —exclamó una vez más. Esta vez, reventando en llanto.
Y como pidió, no continué hablando, sabía que seguiríamos por horas sin llegar a ninguna parte y él sólo seguiría sacando trapos al aire, esperando hacerme sentir mal. Ja, ja…, ja.
Qué patético, pensé. Lo miré a los ojos una vez más, esperando comprender qué pasaba por su atolondrada cabeza, pero no llegué a nada; así que sólo me levanté de la silla y me fui de la cafetería sin decir una sola palabra más. Sin volver mi cuello a ver cómo él veía que me iba. Mi parte narcisista también participó en esa discusión, por mucho que pareciera lo contrario.
Al día de hoy, me sigo preguntando si él se quedó allí solo, bebiendo café y fumando sus cigarrillos mentolados, llorando. Me sigo preguntando por qué no dijo nada cuando me levanté o cuando me fui. Y también, me sigo preguntando si él habrá seguido contando aquella historia, tal vez esperando a creérsela un día.
********
No era que no lo quisiera o que no lo amé en su momento…, es que mis intereses eran otros, y él no comprendía la magnitud de mis deseos. Yo fui el que puso fin a la relación, él ya no me hacía más caso y estaba muy concentrado en tonterías —como pelear, por ejemplo—. Pero poco tiempo después, él tenía una clase de crisis cada vez que me veía. Y fue en verdad cuando empecé a temer por él. Por un momento pensé que sería como esas mujeres estúpidas que amenazan a su novio con suicidarse si las dejan.
Yo seguí conociendo hombres, los besaba. Traté de cortar ese cordón umbilical que lo ataba a mí, pero él sólo decía: Haz lo que quieras. Jamás supe qué quería decir eso, así que normalmente no hacía nada. No lo busqué por mucho tiempo hasta que una punzada de culpa me hizo sentir una jaqueca pequeña, pero muy insoportable. Y lo busqué. ¿El resultado?… Bueno, no dista demasiado de ese comienzo del fin.
Por alguna razón sentía que me odiaba tanto como se odiaba a sí mismo. No sé por qué no me importó… Creo que, en lugar de preguntarle por qué me odiaba, disfrutaba de su odio, ya que podía escribir sobre eso. De hecho, él también se encontraba escribiendo un libro. Una historia peculiar e igual de disparatada que la otra historia por la cual reclamaba al cielo y océanos que nadie la creía —considero que, de haber escrito un libro sobre ese supuesto abuso, habría sido más creíble—. Incluso acabó de escribir su primer libro antes que yo.
Lamentablemente, creo que algunos amores eternos no están destinados a ser tan eternos.
********
¡Basta (como diría él) del pasado! Es hora de un poco del presente:
Me realicé como escritor, y tuve la fortuna de que la primera editorial que visité fue la que dio la llamada —ansiada por un sinnúmero de escritores— para anunciar que mi libro sería publicado. El libro se convirtió en éxito de ventas y pronto lanzarían la adaptación a la pantalla grande. Me encuentro soltero, esperando a que alguien como él no se vuelva a presentar en mi vida… nunca. Sigo yendo a aquella cafetería que me inspira para escribir y seguiré dedicándome a eso, porque amo escribir —ya te habrás percatado de ello—.
Fin de la Vista Previa.
¿Quieres más?
Muchas gracias por haberte tomado el tiempo de haber leído mi libro, ¡en verdad que lo aprecio!, pero, ¿quieres leer el resto? No te preocupes, ¡estás solamente unos clics de distancia!
Puedes encontrar este libro en la tienda Amazon.com(.mx) o Amazon Kindle con un precio especial.
O, si lo prefieres, ¡también está disponible en iBooks Store, con el mismo precio que en Amazon!
Así podrás disfrutar de este libro, ya sea en tu smartphone, tablet o computadora. =D
Índice de búsqueda en ambas tiendas: En las ilusiones, Cuentos Cortos y Divagaciones - Alejandro Villarreal. (Ejemplo: "En las Ilusiones, Divagaciones" o "En las Ilusiones, Alejandro / Villarreal".)