La tarea de Daniel

 

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- ¡Dígame la verdad, Laura!

- Cuénteme, ¡No me mienta más!

Estaba parada en la puerta del salón de clases, inmóvil, mirando al suelo. Solo podía concentrarme en la voz de mi profe de español y no en la de quien me hacía los reclamos. Tenía atascado un grito en la garganta y toda la adrenalina para huir, pero me contuve. Las lágrimas danzaron sobre mis mejillas y el sudor mojaba mi uniforme. Mi madre me tomó de la mano y me jaló hasta la avenida que nos conducía a su sitio de trabajo.

Acostada en la camilla, escuché una cabalgata que salía del doppler, con su propio brío cada sonido se acompañaba de mi respiración agitada y la siguiente sentencia:

- "Yo creo que tiene 12 semanas".

Estábamos en silencio, llorando en el mismo cuarto y aceptando nuestra nueva realidad: una adolescente "buena niña" de esas que son juiciosas, ahora estaba embarazada. Pedí que apagaran el ecógrafo para interpretar la mirada de mamá, pero en cambio, solo podía ver las llamas que invadían de caos sus ojos.

¡Yo no quería esto!, me repetía una y mil veces en mi mente. Yo quería seguir siendo la niña mimada de papá, la hermana mayor, la mejor estudiante. Pero ahora estaba ahogada en algo que no deseaba y cuestionaba mi ingenuidad por creer en esas recetas para ser feliz: ¿Por qué me dejaste sola?, ¿Por qué no aborté cuando me lo propusiste? y ¿Por qué ahora estoy tratando de dar explicaciones cuando no quiero darlas?

¡Porque sí!

Esa es mi respuesta: ¡Porque sí!

Porque creía que estaba bien aunque ahora no lo pareciera, porque pensaba en el amor de la misma forma que lo pienso ahora, lleno de imperfecciones, de sonrisas al amanecer, de juegos a escondidas y de travesuras de adolescentes.

¡Porque quise!

Usé esta última expresión como el punto final que antecede silencios incómodos.

- Está bien, Laura. Ahora vamos a escribir esa parte de la historia respetando tu dolor pero con los ojos de la mujer que eres hoy.

Entregué mis recuerdos en un suspiro y tomé la hoja en blanco que me pasó la psicóloga.

¡Es que no sé cómo! Insistí.

- Por eso mismo Laura, ¿Cómo ves a esa adolescente ahora? ¿Por qué estás aquí?

¡Por una tarea! respondí.

-La tarea ahora es compartida. Las historias pueden contarse de muchas maneras, ¿Cuál quieres que recuerde Daniel?

¡No quiero decirle que mi embarazo fue una tortura ni tampoco un cuento de hadas!

Entonces avanza y llévate la hoja en blanco, escribe Laura. Escribe cuando te sientas segura.

Guardé con cierta rabia la hoja y salí del consultorio rápidamente.

Llegué agitada a la guardería, toqué el timbre y me escondí detrás de las rejas. Observé en cámara lenta su sonrisa al reconocer mi uniforme. Tomé sus manos diminutas de camino a casa y después de unos cuantos juegos y canciones le pregunté ¿Cómo te imaginas que estabas dentro de mi barriguita?

Dani me respondió con su voz picarona "Así mami, saltando feliz"

- Mami, ¿saltaba mucho, cierto?

Desde el primer día que te conocí, como un caballito.

- Mami ¿No te dolía cuando saltaba?

A veces.

- Mami, ¿Te asustaste?

¡Mucho! 

Mami, no te preocupes que ya estoy afuera. Mira, ¡Soy libre!

Lo besé y le susurré al oído ideas mágicas para su tarea. 

Al día siguiente, acomodamos nuestra hoja de papel en la carpeta de entregas, llevaba el birrete en la mano y sus tenis de la suerte en el maletín. Lo vi desfilar y cantar con alegría, escondía sus pies traviesos y nerviosos debajo de la toga cuando explicaba el contenido de su "tarea". Mientras se pausaba y buscaba mi aprobación, me ví en sus ojitos achinados contando nuestra historia, una nueva historia.

Daniel y yo presentábamos la tarea al unísono: él mientras se graduaba y yo, antes de firmar mi boleta de salida del sanatorio.

 

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Dago

¡Bellísimo relato! Estoy muy conmovido.

¡Gracias Dago! Me encantó escribirlo.
Dago

También es necesario que revises el alineamiento entre el texto y las imágenes.

Dago

¡Felicitaciones Laura por publicar tu historia! Es necesario que revises el espaciado (los espacios en blanco) y el interlineado.

~

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