Loco

 

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Loco

 Centenares de millares, lejos allá, no reparan en perderse en el caos y oscuridad del vasto firmamento, astros traslúcidos que sorprendidos nacen en un mar de colisiones y longevos mueren en decreciente implosión, una de ellas es volátil, singular y se abre paso hasta el globo colosal, lleva tras de sí una estela de áuricos matices y la ávida encomienda de encarnar prosperidad. 


Tiene risa y sombra relucientes como ella, es una anomalía natural, flagrante y poética, susurro de irrealidad, profecía de la verdad; tiene ojos profundos más allá de la penumbra del lecho abisal, un rostro generoso y tibio esculpido por la misma luz de su proceder, y la tez de bronce por su largo arder y quemar, lejos allá, de donde vienen los sueños y los secretos ascienden, la voz le pesa de quebranto, por su timidez natural, esencia iridiscente de éter y sal. 


La paz lleva consigo y el amor en el andar, reinventa la naturaleza en su paso por la eternidad y tiene un olor como a pureza y descubrimiento, esta estrella vuela a donde va en danzas lumínicas, rituales, vibraciones, vida pura, realidad, canta al alba una estrofa de sinceridad, y su belleza no tiene principio ni final, sus negros cabellos hechizan y fulminan, los dedos de caliza, las manos de seda suave, los hombros de algodón y la sonrisa llueve de alegría sobre los jardines de su caminar, floreciendo y esparciendo vida por donde va; hacia el centro de la tierra irá a cumplir, la impecable promesa de su misión a realizar, cien halos le acompañan adornando su corona, es la reina de todo bien que al mundo pueda llegar. 


La flor que ella recoge en su medio recorrer tiene forma de espiral y es de azul lavanda, cobalto rey, al tocarla se vuelve un cáliz del que bebe el renacimiento, y en su apoteosis a su centro llega, de pronto al aire emerge como cuerpo celestial y deslumbra la vista con su aura de cristal. 


Cetro en mano, alas argénteas, rige y ordena la vida misma de este loco que la alucina, y en un cálido beso lo trae a la consciencia, del breve sueño despierto en que inmerso, el loco, tiene a bien contemplar, a aquella estrella fugaz de poder inmaculado y omnisciente que, sin inmutarse lo ha de mirar, con semblante de extrañeza y peculiaridad, pues parece que un segundo a los ojos de este loco son cien horas de pensar, concentrar, aislar, meditar; y el loco tiembla, perdido, absorto, portal al abismo de la ley infranqueable del amor verdadero y puro que solo un loco así, en su loco sentir, pudiera concebir.

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