DROOK

 

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DROOK

AnnaMay Taborga

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"La Naturaleza

de La Vida

es Cambiar”

William Ward

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1

Me llamo Drook. Imagino que ya te has preguntado por qué tengo un nombre tan corto, o tan extraño, o simplemente ya has adivinado que soy un perro, o un gato.

Te sacaré de dudas en dos segundos: soy un perro, el cuarto en una camada de cinco. Soy lo que llamáis un American PitBull; ya tengo más de ocho años y aún soy uno de los mejores en mi trabajo.

Tengo señales en la cara y en el cuerpo por las que no siento nada, ni orgullo ni vergüenza, pero mi dueño sí.

Sé a qué sabe la sangre, sé cómo duele un mordisco, pero no sé lo que significa perder. Me hicieron perro de pelea.

Si aún me estás escuchando eres como yo. Quizás no hayas matado a nadie y yo sí; tú eliges luchar y yo también, pero yo no me puedo rendir.

Después de tanto tiempo, hoy más que nunca, recuerdo el calor de mi madre, el olor de su piel, y las pisadas con mis hermanos y hermanas por llegar a mamá. El mayor era Pepper, totalmente negro; luego dos hermanas con una pata blanca, Kia y Asha, y la última en nacer mi hermana Ebany, tan negra como la noche, pequeña, con un aire diferente.

Desde cachorros mi dueño nos enseñó a reclamar lo que queríamos. Nos enseñó a dar un paso atrás para que el siguiente fuera un salto adelante y definitivo. No importaban los resultados. Un paso atrás no sería nunca un defecto.

Aprendiendo esto, a los seis meses Asha se rompió una pata. De los cinco era la mejor tumbándonos a todos, incluso a Pepper que era unos kilos más grande que ella, pero después nunca más quiso saltar. Mi dueño empezó a enseñarle otras cosas: rodar, coger y no soltar, creo que era una pelota con lo que practicaba; al principio parecía que no le daba importancia, pero pasó cuatro días enteros sin comer ni beber por tener la pelota en la boca.

Asha y yo pasábamos horas jugando y revolcándonos. Una tarde que la tenía panza arriba casi la cojo por el cuello; eso la enfadó mucho. Era muy rápida así que en nada me tenía a mi por el cuello y panza arriba. Cuando me di cuenta, vi una marca en su cuello. Y me explicó que eran los mordiscos que sentía cada vez que perdía una pelota. Que paso hambre y sed, pero que al final eso acabo.

-El dolor es un reto que hay que saber superar- Decía Asha, mientras se retiraba a lamerse la pata.

A un par de meses de nuestro primer cumpleaños estábamos en el salón de casa, y vi llegar a Pepper y a Asha con una mirada diferente. Me escondí detrás de mamá; Kia hizo lo mismo. Ebany estaba distraída jugando con la cola de mamá. Cuando ésta se levantó nos quedamos los tres delante de mis hermanos sin saber dónde escondernos, algo había cambiado. Ebany preguntó ¿quiénes sois? y Pepper gruñó de manera tan fuerte que los tres dimos un paso atrás y la verdadera pelea empezó entonces.

Desde ese día no nos podíamos ver. Recuerdo a mi dueño riendo y animándonos; mi madre intentó ponerse en medio y mi dueño la tiró contra un rincón.

Cuando todo acabó, Asha dejó caer a Kia que la tenía inmóvil por el cuello. Pepper se acercó al cuerpo de Kia, le dio un par de toques con el morro pero Kia no reaccionaba, entonces mi dueño dejó que mi madre cogiera a Kia y se la llevará a su cama. Al recogerla nos echó una mirada que nunca olvidaré, fue la última vez que pude ver los ojos de mi madre. Y ha pasado mucho tiempo hasta que he entendido lo que nos quería decir.

El resto de mis hermanos y yo nos separamos, y de manera automática cada uno eligió un lugar en la casa, al que ninguno de los otros se podría acercar nunca más. De vez en cuando mi dueño nos ponía un collar y nos enfrentaba uno a otro. Aprendí a no querer ver a mis hermanos y a ningún otro perro, había algo que al tenerlos delante solo me causaba dolor, después de un tiempo comprendí que ese dolor solo podía pararlo yo.

El día que cumplíamos un año y medio, mi dueño entró a la habitación donde yo dormía. Sentí su corazón tan contento que yo me emocioné, aún no sabia lo que podía ser ¿era yo lo que causaba eso? ¡Wow! ¡Qué especial era! Este chico me convirtió en el rey del momento; yo haría lo mismo por él.

-Nos han aceptado Drook, eres joven pero tu podrás con ellos- dijo mi dueño.

Subimos al coche solos él y yo, y mientras conducía me decía que sería mi noche, que había llegado el momento de demostrar quiénes éramos él y yo.

Fue mi primera pelea profesional. Mi dueño me bajó del coche y me iba animando, me puso un collar, y una venda en los ojos. De pronto, un fuerte dolor en el cuello que me recorría toda la espalda, empecé a gruñir y al abrir los ojos me vi enfrente de otro perro, me lancé primero, recuerdo nuestras mandíbulas abiertas chocando, gente gritando y el dolor que no desaparecía. Pasaron unos cuantos empujones, patadas y mordiscos pero al final conseguí que parara. De ese día me quedaría mi primera marca en el belfo derecho, y un buen corte en un costado.

Mi dueño entró a la jaula donde yo estaba y me cogió en brazos, me levantó orgulloso.

El amor que sentí en ese instante superaba al dolor de mi cuerpo magullado. Ese chico me quería de verdad, con él no me podía pasar nada.

Poco a poco me convertí en el favorito de mi dueño: me llevaba a todas partes, confiaba tanto en mí que jamás se me ocurrió pensar que había otra manera de vivir, nos convertimos en un equipo: yo me sentía importante.

Solíamos viajar al atardecer él y yo solos, pero un día mi dueño subió a Pepper y a Asha en el coche. Nunca habíamos ido juntos a ningún sitio, como no estábamos acostumbrados al principio nos gruñimos un poco, mi dueño se enfadó, y pegó un grito firme que nos hizo callar a los tres.

Llegamos a una especie de garaje donde también podía oler a otros perros, los tres sabíamos a lo que íbamos, pero yo daría mi mejor salto.

Al final de la noche de regreso a casa, las dos jaulas donde iban Pepper y Asha estaban vacías. Pensé que nunca más los volvería a ver.

Semanas después volvimos a ese lugar y vi a un perro que se parecía a Pepper, pero le faltaba un ojo, estaba encerrado en una jaula tan pequeña que cuando lo sacaron le costó empezar a moverse, por ese motivo mi dueño se puso a gritar a otro hombre, mientras unos cuantos se reunían a nuestro alrededor.

Ya metidos en el ring, yo no estaba seguro de lo que ocurriría pero aquel perro, de un solo ojo, dio un paso atrás y supe que era mi hermano. Siempre había sido más fuerte que yo, así que no podía perder el tiempo, salté primero, sentí el golpe de su espalda contra el suelo, y la tierra que se levantó me dejó un poco ciego. Se puso de pie y mientras sacudía la cabeza me lancé a su hocico. Pepper era muy fuerte, no sé cómo se revolvió y me pegó un mordisco en una pata, pero no se cubrió lo suficiente y se llevó un empujón contra la jaula, se enganchó una pata y ya era mío.

La gente gritaba y gritaba, mi dueño estaba tan feliz que yo me sentía orgulloso de todo lo que acababa de hacer. Ese perro que yacía tumbado sin moverse ya no era mi hermano, era mi victoria.

Salí de allí como si hubiera conquistado el mundo. Cuando mi pelea terminó había otras peleas que aún no habían terminado. En una de ellas Asha luchaba como mi dueño le enseñó pero cojeaba más que nunca. Ya íbamos hacia el coche y pude ver cómo Asha también había conquistado su mundo.

Hoy estoy seguro de que ella me vio y me reconoció y que pronto nos veríamos de nuevo.

La mañana de mi cuarto cumpleaños estaba tumbado en el jardín, y unos niños se acercaron a la valla con un perro pequeño. Yo gruñí para advertirles de que se alejaran si no querían problemas. Uno de los niños empezó a tirarme piedras, me puse tan furioso que salté la valla y cogí a su perro por el cuello. Los niños salieron corriendo y el perro intentó desafiarme.

Mi hermana Ebany que vivía en el jardín se puso a ladrar y mi dueño salió de la casa, y en cuanto me vio al otro lado de la valla enfureció tanto que me cogió por los hombros y me tiró dentro de casa. Al otro perro le rompió el cuello y con el cuerpo en las manos volvió al jardín.

Ebany quiso acercarse, pero la cadena a la que estaba atada era muy corta. Mi dueño la miró, le tiró el cuerpo del perrillo que tenía entre las manos y con media sonrisa le dijo -tu cena, que aproveche-

Ebany fue la última en nacer. Era la más rebelde, nunca quiso luchar. No sé cómo lo haría, pero el dolor que a mi me enseñó a ser lo que soy, a ella le hizo diferente.

Vivía en el jardín atada a una cadena de 2 metros. De vez en cuando me gustaba salir a verla. Más bien me agradaba el hecho de que cuando yo ponía una pata en el jardín ella buscaba un agujero en la pared para esconderse.

Me acercaba a ella y le gruñía para ver cómo reaccionaba. Apartaba la mirada, me lamía el hocico, se hacía pis encima, y entonces yo la dejaba en paz.

Me sentía poderoso. Aunque ella había escogido el jardín para vivir, estaba claro que no solo la casa era mía.

Ebany nunca tocaría el cuerpo de aquel perrillo Unos días después vi como mi dueño lo enterraba bajo los arbustos.

A partir de ese día teníamos visitas en casa, por llamarlo así. Al principio no le di importancia. Mi dueño se encargaba de todo, siempre que venían mi orden era callar, o directamente me bajaba al sótano y me dejaba allí. Era su manera de protegerme, mi dueño nunca me explicó las intenciones de esos hombres.

Dos o tres noches por semana yo hacía mi trabajo: salir con mi dueño; sentir el orgullo que él tenia por mí y su confianza cada vez que yo entraba en un ring me hacían desafiar sin miedo a quién tuviera delante.

Después de una dura noche, yo estaba en el salón y unos hombres entraron en casa. Empecé a ladrar lo más fuerte que pude. Enseñaba los dientes con toda la rabia que tenía dentro y gruñía con mucho odio. Mientras un par de ellos intentaban cogerme con una cuerda y me acorralaban en una esquina, otros maltrataban a mi dueño, y otros ya habían encerrado a Ebany en una caja. No podía dar un paso atrás, pero no me rendiría.

Pasaron horas intentando meterme en una caja, y de manera cobarde uno de ellos me disparó en un muslo. Me sentí atontado, no tardé en caer, me estaba quedando dormido. Luché, luché contra eso también, pero el ser humano es una criatura curiosa -ya está chico, tranquilo- es lo último que yo entendí.

Al día siguiente, creo, me desperté en una mesa fría y en una habitación desconocida. Tenía el cuerpo inmóvil y me habían puesto una especie de máscara en el hocico. Al mover la cola un hombre se acercó y me iluminó los ojos, por un segundo no vi nada pero luego me rascó la cabeza y se alejó.

Otro hombre entró a la sala -Hola chico ¿cómo va?- me preguntó mientras me daba una galleta a través de esa máscara. Todo el lugar olía diferente a lo que yo conocía, levanté la mirada, -más tarde, más tarde te lo quitaré, ¿de acuerdo?- dijo uno de ellos -es un bozal machote, te tienes que acostumbrar- comentó el otro, y otra vez me rascó la cabeza y se alejó.

Me llevaron a otra habitación un poco más pequeña donde estaría yo sólo. Había un bol con agua y otro con comida. Quise acercarme, pero uno de ellos me detuvo. Se quedaron cerca de la puerta que era de barrotes, yo dentro y ellos fuera, entonces me quitaron el bozal, y pude darme un festín, también había unas mantas y me tumbé a dormir.

Más tarde uno de esos hombres se acercó a los barrotes y, como si fuera un perro al otro lado de la valla, no pude evitar gruñir. Me llamó hacia él, me acerqué y me dio una galleta mientras me ponía de nuevo ese bozal.

Recuerdo salir a un patio enorme. El sol me calentaba la espalda y mis patas se calentaban con la tierra que pisaba. Yo estaba confuso de no ver a mi dueño, escuchaba y olía otros perros pero no los veía, entonces giramos una valla -grrr!!! grrr!!! grrr!!!- me puse furioso, estaban mirándome, ladrándome, me estaban desafiando -shh!! calma chico- decía el hombre que caminaba a mi lado, nos giramos y nos fuimos de allí.

Cada día se convirtió en una rutina: siesta, comida, bozal, paseo, perros a través de una valla que me odiaban y yo a ellos, y vuelta a mi habitación.

Los perros somos así, nos acostumbramos a muchas cosas, nos adaptamos con cierta facilidad.

Después de unos meses el camino que elegimos cambió. Fuimos a un jardín, de lejos solo podía ver una sombra, pero reconocí ese olor a unos metros antes de llegar, el hombre con quien iba abrió la puerta y cuando puse una pata en aquel jardín mi hermana Ebany se levantó, se pegó lo más que pudo al único árbol que había y cuando me acerqué a ella apartó la mirada, me lamió el hocico y se hizo pis encima, entonces me separé.

Así cambió mi rutina de nuevo, pero un día yo cambiaría esa rutina otra vez. Volvimos a ese jardín donde estaba Ebany, pero esta vez también había un hombre y otro perro, me ladró, me amenazó, di un paso atrás y lo enganché por una pata. Ese perro no sabía pelear, y aunque yo llevaba mucho tiempo sin entrenar sería fácil. Recuerdo a mi hermana aullar, a los hombres en medio de los dos, y al perro gruñir y gemir. Uno de los hombres me tiró una manta por encima y tiró de mí.

De vuelta a mi habitación, mientras yo me lamía unos rasguños superficiales, uno de los hombres quiso rascarme la cabeza -grrr!!!- un gruñido y un mordisco al aire fue mi reacción.

Con seis años me obligaron a retirarme. Ya no me entrenaba, pasaba horas en esa habitación y mi rutina de paseos bajo el sol.

Meses después de la que creí que sería mi última pelea, durante mi paseo al llegar a la valla donde los perros me odiaban y yo a ellos, vi a Ebany correr entre ellos. Me quedé de pie un momento, y cuando ella me miró di un paso hacia donde ella estaba. Ebany se hizo pis encima, y el perro que corría con ella se giró hacia mí -grrr!!! grrr!!!- no pude evitarlo.

-woof! woof!- (se trata de desearlo Drook)- vocalizó Ebany.

Me volví un perro diferente, pero no perdí lo que mi dueño me había enseñado. Reclamaba lo que quería como fuera, y eso supuso perderme alguna salida bajo el sol.

Hace casi una semana a la vuelta de mi paseo encontré un perro en mi habitación. No lo dudé y me lancé sobre él. No había respuesta, lo destrocé, lo abrí por la mitad, acabé con él en un par de minutos, pero no hubo sangre ni aullidos.

-No podemos tenerlo así, no es calidad de vida- escuché detrás de los barrotes.

-Este perro nunca podrá ser rehabilitado. Nunca podrá ver a ningún otro perro, mira lo que ha hecho con ese muñeco- dijo otro hombre.

-Ponlo en la lista, mejor que sea esta semana- escuché decir.

-Tu última pelea chico, lo siento, en breve volverás a ver a mamá- me dijo uno de ellos directamente.

Tengo más de ocho años, y sé que soy de los mejores en mi trabajo.

Desde mi habitación puedo oler el patio donde están los otros perros, y ahora mi hermana corriendo con ellos.

El hombre es una criatura muy curiosa, capaz de transformarse y transformar a los que tiene cerca. Ahora estoy seguro de que volveré a ver los ojos de mamá y que volveré a jugar con Kia. No me rindo.

Hoy mi paseo acaba en la habitación de la mesa fría.

Por fin entiendo a Ebany, se trata de desearlo.

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